Una mesa cuadrada de madera tosca y dolorida, unas rosas lánguidas, la puerta entreabierta que refleja la taza de té, la mano deslizando letras en el papel intacto.
Hoy la ventana habla de tu muerte.
Entre mis dedos brotan los recuerdos de tu investidura Doctor Honoris Causa en la Universidad de Salamanca.
Tu voz, tu cercanía, tu sencillez, la dedicatoria en tu libro Memorial do Convento que con alegría pude ofrecerle a mi padre, y la posterior charla que mantuvimos contigo.
Desde Azinhaga hasta Lanzarote, desde estas páginas, hoy, querido escritor, tu recuerdo está vivo.
Encuentro mi lugar en las nubes enormemente blancas, en la cálida tarde extremeña donde a pinceladas reconstruyo la memoria. Todas las pérdidas guardan un dolor inconcebible, un perfume de jazmín, un vuelo desordenado, una daga que arde como el sol.
Encuentro mi lugar en esta cercanía lusitana, donde Jálama corona este espacio, lejos de antiguas fronteras, donde el hermanamiento es un hecho.
Siempre el regreso, Saramago, a Portugal, desde donde el viento arranca el lamento de un fado para tu despedida.

En Moraleja a 18 de Junio del 2010. Aída Acosta